Iturbide regresó del exilio europeo en julio de 1824, motivado por rumores de invasión extranjera. Desconocía que había sido declarado traidor por el Congreso. Desembarcó en Soto la Marina, fue capturado inmediatamente y fusilado el 19 de julio en Padilla, Tamaulipas, tras un proceso judicial sumario.
La historia de Agustín de Iturbide no concluyó con su abdicación en marzo de 1823. El destino del primer emperador de México tomaría un giro dramático y trágico que culminaría con su muerte en el estado de Tamaulipas, convirtiendo sus últimos días en uno de los episodios más conmovedores y controvertidos de la historia nacional.
El exilio europeo
Tras su abdicación, Iturbide partió hacia el exilio acompañado por su familia, estableciéndose inicialmente en Italia y posteriormente en Inglaterra. Durante este período de destierro, el ex emperador vivió con los recursos que había logrado reunir durante su breve reinado, manteniendo correspondencia con partidarios en México y observando con preocupación la inestabilidad política que caracterizó los primeros años de la república.
La vida en el exilio no fue fácil para quien había ocupado el trono imperial. Las dificultades económicas se intensificaron gradualmente, y la nostalgia por la patria se hizo cada vez más intensa. Durante estos meses, Iturbide reflexionó sobre su experiencia gubernamental y comenzó a considerar la posibilidad de regresar a México para contribuir nuevamente al desarrollo nacional.
Los rumores de invasión extranjera
En 1824, llegaron a Europa noticias alarmantes sobre una posible intervención de la Santa Alianza europea para restaurar el dominio español en América. Estos rumores, aunque posteriormente resultaron infundados, causaron gran preocupación entre los patriotas mexicanos en el exilio. Iturbide interpretó esta información como una amenaza directa a la independencia que él había contribuido a consolidar.
La posibilidad de una invasión extranjera despertó en el ex emperador un profundo sentimiento patriótico. Consideró que su experiencia militar y su conocimiento del territorio nacional podrían ser valiosos para defender la soberanía mexicana. Esta percepción de amenaza externa se convirtió en el principal motivo que lo impulsó a tomar la decisión de regresar a su país natal.
La decisión fatal del retorno
A principios de 1824, Iturbide tomó la determinación de regresar a México, convencido de que su presencia podría ser útil para enfrentar los desafíos que amenazaban la estabilidad nacional. Esta decisión demostró tanto su amor por la patria como su desconocimiento de la realidad política mexicana, donde su figura se había vuelto extremadamente controvertida.
El ex emperador desconocía que el Congreso mexicano había aprobado en abril de 1824 una ley que lo declaraba traidor y enemigo público, estableciendo la pena de muerte para el caso de que pisara territorio nacional. Esta legislación reflejaba el temor de las autoridades republicanas ante un posible regreso de Iturbide y su influencia sobre sectores de la población que mantenían simpatías monárquicas.
El desembarco en Soto la Marina
El 14 de julio de 1824, Iturbide desembarcó en el puerto de Soto la Marina, en la costa tamaulipeca, acompañado por un pequeño grupo de partidarios. Su llegada pasó inicialmente desapercibida, pero pronto las autoridades locales fueron informadas de su presencia en territorio nacional. El ex emperador esperaba ser recibido como un patriota que regresaba para servir a su país, pero la realidad sería muy diferente.
Para entender completamente las circunstancias que llevaron a esta decisión trágica y las motivaciones profundas que impulsaron su regreso, es fundamental conocer en detalle la biografía de Agustín de Iturbide, que revela la complejidad de su personalidad y su inquebrantable amor por México.
La captura y el proceso judicial
Las autoridades tamaulipecas, encabezadas por el coronel Felipe de la Garza, no tardaron en localizar a Iturbide y su comitiva. El 15 de julio, apenas un día después de su desembarco, el ex emperador fue arrestado en la hacienda de Padilla. La captura se realizó sin resistencia, pues Iturbide no había venido con intenciones belicosas sino con el propósito declarado de servir a la patria.
El proceso judicial fue sumario y se basó en la ley aprobada por el Congreso que tipificaba su regreso como traición. A pesar de los alegatos de Iturbide explicando sus motivaciones patrióticas y su desconocimiento de la legislación que lo condenaba, las autoridades locales decidieron aplicar estrictamente la ley. El ex emperador solicitó comunicarse con el gobierno federal, pero esta petición fue denegada.
Los últimos momentos
La madrugada del 19 de julio de 1824, Agustín de Iturbide fue conducido al lugar de ejecución en Padilla, Tamaulipas. En sus últimas horas demostró la serenidad y dignidad que habían caracterizado su vida pública. Escribió cartas de despedida a su familia y redactó un testamento en el que reafirmaba su amor por México y su esperanza en el futuro de la nación.
El fusilamiento se llevó a cabo a las seis de la mañana, ejecutado por un pelotón de soldados locales. Iturbide rechazó que le vendaran los ojos y dio personalmente la orden de fuego, enfrentando la muerte con el valor que había mostrado en los campos de batalla. Sus últimas palabras fueron una oración y una declaración de fe en el destino de México.
El legado de una muerte controvertida
La ejecución de Iturbide generó reacciones encontradas en todo el país. Mientras algunos sectores consideraron que se había hecho justicia, otros lamentaron la muerte de quien había sido el libertador de México. Con el paso del tiempo, la figura de Iturbide fue objeto de reevaluaciones históricas que reconocieron su papel fundamental en la consumación de la independencia.
El trágico final del primer emperador de México marcó el cierre definitivo de la experiencia monárquica en el país y consolidó el sistema republicano. Su muerte se convirtió en símbolo de las tensiones políticas de la época y de la dificultad para construir consensos nacionales en los primeros años de vida independiente.