Biografías que inspiran

La alianza de Franco y la Iglesia Católica

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La alianza entre Franco y la Iglesia católica se consolidó mediante la Carta Colectiva del Episcopado de 1937, que legitimó el golpe militar como una cruzada religiosa, y el Concordato de 1953, que otorgó privilegios extraordinarios a la Iglesia en educación, justicia y finanzas. A cambio, Franco obtuvo el respaldo religioso que necesitaba para su dictadura y el derecho a nombrar obispos afines al régimen, logrando así reconocimiento internacional. Esta alianza, conocida como nacionalcatolicismo, fusionó completamente religión y política hasta que el Concilio Vaticano II y la transición democrática la debilitaron progresivamente.

El origen de una relación estratégica

La alianza entre Francisco Franco y la Iglesia católica no surgió de manera espontánea ni formaba parte del plan inicial del golpe militar de julio de 1936. Los bandos militares del alzamiento no mencionaban motivaciones religiosas, y la declaración de la Junta de Defensa Nacional del 24 de julio tampoco aludía a la religión. Sin embargo, el conflicto pronto adoptó un carácter religioso, y aunque la Iglesia católica española no participó en la preparación del golpe, la mayoría de los obispos deseaban una intervención militar que pusiera fin a la situación política del momento.

La persecución religiosa como catalizador

En la zona republicana, más de 6000 miembros del clero católico fueron asesinados, los templos cerrados y el culto católico perseguido, mientras que en la zona sublevada la Iglesia católica española apoyó con entusiasmo la causa del bando de Franco. Esta persecución religiosa se convirtió en el argumento fundamental que permitió a Franco obtener el respaldo de la jerarquía eclesiástica.

La Carta Colectiva del Episcopado: el documento fundacional

La petición de Franco al cardenal Gomá

El 10 de mayo de 1937, Franco pidió al cardenal primado de Toledo Isidro Gomá que publicara un documento dirigido al episcopado mundial para difundir su versión de los acontecimientos y contrarrestar las críticas de sectores católicos europeos y americanos. El dictador buscaba legitimidad religiosa internacional para su causa.

Contenido y difusión del documento

La Carta Colectiva llevaba fecha de 1 de julio de 1937 pero no se divulgó hasta mediados de agosto, y fue firmada por 41 obispos y cinco vicarios capitulares. Solo tres obispos rechazaron firmarla: el cardenal de Tarragona Francesc Vidal i Barraquer, el obispo de Vitoria Mateo Múgica, y el de Orihuela Francisco Javier de Irastorza.

El impacto internacional fue extraordinario, con 580 mensajes episcopales de respuesta que adoptaron el punto de vista español sobre la guerra civil. La propaganda franquista había logrado su objetivo.

El nacionalcatolicismo como ideología oficial

Definición y características

El nacionalcatolicismo representó la unión estrecha entre la política y la religión en el nuevo Estado, donde España y la religión católica debían ir unidas: un buen español era un buen católico. Esta ideología se convirtió en la columna vertebral del régimen franquista.

En la zona nacionalista la separación entre la Iglesia y el Estado desapareció para siempre, estableciendo que todo español debía ser católico. La confesionalidad del Estado quedó reflejada en todas las leyes fundamentales del régimen.

La Iglesia en la estructura del poder

La Iglesia estuvo presente en todas las instituciones y actuaciones del régimen: en la represión, en la cobertura social a través del Auxilio Social, en la educación monopolizando la enseñanza privada e imponiendo la religión en las aulas públicas, y con importante presencia en las Cortes.

El Concordato de 1953: la consolidación de privilegios

Negociaciones y firma del acuerdo

La iniciativa para firmar un Concordato partió de Franco, quien en 1951 escribió a Pío XII recordando que en 1953 se celebraría el centenario del último Concordato firmado durante el reinado de Isabel II. El dictador apremiaba la firma para obtener reconocimiento internacional.

El concordato fue firmado en la Ciudad del Vaticano el 27 de agosto de 1953, apenas un mes antes de los Pactos de Madrid con Estados Unidos. La discreción de la ceremonia reflejaba el temor del Vaticano a las repercusiones internacionales.

Privilegios otorgados a la Iglesia

La Iglesia católica obtuvo privilegios sin precedentes: el monopolio de la enseñanza religiosa en el sistema educativo, la exención del servicio militar para el clero, y el derecho a la censura sobre materiales bibliográficos, cinematográficos y otros medios de comunicación.

Se preveían ayudas estatales para la construcción y conservación de los templos, el matrimonio canónico era reconocido con efecto civil, y los tribunales eclesiásticos tendrían competencia exclusiva en las causas de separación y nulidad matrimonial. La religión católica fue declarada como la única de la nación española, y la Iglesia quedó exenta de toda censura en su literatura.

Contrapartidas para el régimen

Franco obtuvo el derecho de presentación de obispos mediante un complejo proceso de selección entre Madrid y Roma, asegurándose así una jerarquía eclesiástica afecta al régimen. Este privilegio, tradicionalmente concedido a las monarquías absolutas del Antiguo Régimen, garantizaba el control político sobre la Iglesia española.

El beneficio mutuo de la alianza

Legitimidad política y religiosa

La Iglesia católica legitimó el discurso de los sublevados con la idea de la cruzada, sirviendo los obispos y sacerdotes como capellanes de los combatientes franquistas, administrándoles los sacramentos y bendiciendo las armas y banderas.

Fue la bendición de la Iglesia, confirmada con el Concordato de 1953, y no la ideología de la Falange, la que santificó el poder de Franco para el español medio. A cambio, la Iglesia recibió la compensación económica que supuso el restablecimiento del presupuesto del clero en octubre de 1939.

Un pacto de supervivencia

Franco logró el reconocimiento internacional de su régimen, que el Vaticano formalizó al concederle ese mismo año la Suprema Orden de Cristo, la máxima condecoración vaticana. Por su parte, la jerarquía eclesiástica recuperó todos los privilegios que había perdido durante la Segunda República.

El declive de la alianza

El Concilio Vaticano II, celebrado una década después del Concordato, terminaría destruyendo las bases sobre las que se asentaba este acuerdo. Un sector de la Iglesia comenzó a desmarcarse del nacionalcatolicismo desde la década de los sesenta, frente a los sectores más aperturistas imbuidos de las doctrinas conciliares.

La muerte de Franco en 1975 y la posterior transición democrática obligaron a modificar sustancialmente las relaciones entre la Iglesia y el Estado, culminando en los acuerdos de 1976 y 1979 que transformaron el contenido del Concordato de 1953.

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